En los momentos en los que el Qarabag disfrutaba con la pelota, Diego Pablo Simeone era un entrenador irreconocible. Su figura se distinguía paralizada sobre el área técnica. Sus jugadores, no se atrevían a presionar con decisión las circulaciones de balón del Qarabag. Las estadísticas de posesión del conjunto azerbaiyano se disparaban hasta el 54%. Con las manos en los bolsillos, Simeone parecía imbuido de la misma impotencia que sus futbolistas. Solo pareció reanimarse cuando Thomas empató y llegó el turno de la heroica atropellada. Reclamó más decibelios con aspavientos y censuró con gestos los silbidos de la grada a Gameiro cuando este abandonó el terreno de juego sustituido por Torres.
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