A la derecha de Julen Lopetegui se sentó Diego Costa. Barbudo como un náufrago, seguro de sí mismo, cruzando los brazos de estibador sobre el pecho y lanzando miradas complacientes sobre la audiencia que lo miraba en El Molinón, el goleador acompañó al seleccionador al trámite protocolario de la conferencia de la víspera del partido con el aplomo de un guardaespaldas. Apenas emitió un gruñido sordo cuando escuchó que le preguntaban por el espíritu revoltoso con el que afronta los partidos. Sonrió, hizo una pausa, y habló con la voz áspera de quien ha maltratado sus cuerdas vocales sin piedad: “Yo normalmente me enfado durante los partidos”.
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