Lo normal era que el Baskonia, jugándose el factor cancha para los cuartos de final, ganase al Galatasaray que ya estaba eliminado. Y ganó. Y de paliza (80-103) sin sufrir ni un solo momento manejando la distancia como se maneja la plastilina. Lo anormal fue que el entrenador del conjunto turco Ergin Ataman abandonase su silla, segundos antes de que se iniciase el partido. ¿Un apretón? No lo parecía porque llevaba demasiada compañía (policía incluida). Corrían los minutos y no volvía. Ocurrió, al parecer, que la grada, tan volcánica siempre, gritaba contra él y pedía que su equipo perdiese para perjudicar al Fenerbahçe, su eterno rival. Ataman, tan volcánico como ellos, decidió marcharse y lo rescataron los directivos en el bar del pabellón rumiando su malestar, su disgusto, su cabreo. Volvió mediado el primer cuarto y se perdió los mejores y únicos buenos momentos de su equipo, cuando solo perdía por cinco puntos (11-16), entre pitos y abucheos e intervención de la seguridad en algunas zonas del graderío para evitar enfrentamientos fraternales.
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