En la vida de Russell Westbrook siempre ha habido un pero. El más grande es punto y aparte. La muerte de su inseparable amigo, Khelcey Barrs, a causa de una atrofia ventricular, tras unos partidillos en Lawndale, Los Ángeles. Eran unos adolescentes que soñaban en jugar con la Universidad de UCLA. Por entonces Westbrook no estaba siquiera en la lista de los 150 mejores jugadores de instituto del país. No sorprendió que, tras hacer realidad el primero de sus sueños, tampoco fuera titular en su primer año con UCLA, o no despuntara en su segunda temporada allí. Why not? (¿Por qué no?) fue su lema cuando se fijó la NBA como meta. Entró por la puerta grande, elegido en la cuarta posición del draft de 2008 por Oklahoma City, entonces todavía Seattle SuperSonics. Otro pero. Un año antes había llegado a Seattle el jugador franquicia del equipo, Kevin Durant. Convivieron durante ocho temporadas, llegaron a una final y la perdieron, en 2012, ante Miami.
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