Bajo la bandera de la selección, Ramos y Piqué cada vez se compenetran mejor en el campo y en las gestiones derivadas de la capitanía. Han dejado de vigilarse con los celos con los que se vigilaban cuando eran más jóvenes. Han tenido hijos y han cambiado pañales. Ya no se toman tan en serio a sí mismos. Han perdido vergüenza. Descubren que coinciden en más cuestiones de lo que creían y se ríen juntos. El martes a la medianoche en París los líderes de las defensas del Madrid y el Barcelona oficiaron de sacerdotes de un contraste ceremonial. Lo inició Piqué, que dio por concluido el descansillo de la semana de selecciones con un ritual que avisa del desenlace inminente de la temporada futbolera y abre una crisis de tono político con una denuncia que señala a Florentino Pérez, el presidente del Madrid, como la cabeza visible de un club amparado de forma ilegítima por árbitros y jueces.
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