En 1948, una campaña inundaba las radios y los periódicos de Río de Janeiro demandando el “deber patriótico” de colaborar en la construcción del “estadio más grande del mundo”. Para mitigar el costo de la gigantesca obra de Maracaná, al municipio se le ocurrió una idea singular: vender las mejores localidades a particulares, algunas durante cinco años y otras a perpetuidad. Gracias a esa suerte de crowdfunding a la vieja usanza, la mole de cemento se levantó a tiempo para albergar el Mundial de 1950.
source Portada de Deportes | EL PAÍS http://ift.tt/2nkKkXQ
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire