Del horror al fragor, del miedo a la ambición, Granada y Deportivo empataron en un partido que mostró hasta que punto un gol puede cambiar un partido del fútbol y activar voluntades muchas veces achicadas desde la pizarra o la clasificación. Nada mereció la pena durante una larga hora en Los Cármenes hasta que de pronto marcó Florín Andone para el Deportivo, se abrió el cielo y cayó un chaparrón de agua y al tiempo de divertimento. Igual habrá técnicos y analistas que defiendan que lo que se había visto hasta entonces obedece con mayor precisión al interés profesional de tener todas las situaciones controladas, pero al ojo del espectador lo que agrada es lo que ocurrió en la última media hora. Será que el fútbol es un deporte que para enamorar debe beber de las emociones.
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