Juan Hortelano no pasó a la historia como ciclista en los años ochenta, un pistard de Seis Días como su padre y su tío Amalio, pero compartía con su amigo Luis Ocaña, el gran héroe trágico del ciclismo español, el paisanaje conquense y un carácter que tiraba hacia lo irreverente y lo iconoclasta, un alma de quijotes que les llevaba a meterse en terrenos inexplorados con intenciones purísimas.
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