Mensaje recibido a primera hora de la mañana en mi teléfono: “Recuerda que de pequeño eras del Madrid. Tu madre que te quiere. Besos”. Acompaña el texto, a modo de sutil advertencia, un emoticono de un gato con corazones en los ojos; no es necesario despertar cubierto de sangre y con una cabeza de caballo bajo la colcha para comprender qué se espera de uno en estos casos.
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