Imagina uno la estupefacción de las autoridades eclesiásticas delante del espectáculo pagano concebido en las puertas del Duomo. Hacen cola los vecinos y los turistas para tocar la Champions como si fuera el becerro de oro. Y custodia la copa, el tótem, una cúpula con forma de balón que exagera más todavía el contraste devocionario.
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