Dice Casemiro que todas las mañanas, cuando sale a trabajar (y dice trabajar, no entrenar) se acuerda de su madre. Ella es el espejo en el que se mira, su orgullo. De ella aprendió a no tirar la toalla. Su padre se marchó de casa cuando el centrocampista brasileño del Madrid tenía cuatro años y la madre, con dos hijos más, trabajaba de domingo a domingo para mantener a la familia. Sigue viviendo en Brasil.
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