Johan Cruyff se enteró de que estaba enfermo y como solía hacer cuando las cosas iban mal en el campo, pidió la pelota y levantó la cabeza. “Tengo cáncer y en mi equipo juegan los mejores. Lo que me están metiendo en el cuerpo es bueno y me ayuda así que voy a ganar este partido”, anunció en su primera aparición pública, en el Hospital de Sant Pau. Johan amagó y fintó, buscando un regate imposible, como hizo mil veces en el campo, dispuesto a engañar al peor rival con el que se había enfrentado nunca, un cáncer de pulmón con mala pinta porque sus viejas complicaciones de corazón impedían según qué tratamientos. Pero él insistía, para desesperación de Danny y sorpresa de sus médicos, en rebelarse contra lo peor. “Voy ganando 2-0”, dijo la última vez que se le escuchó en público, hace apenas un mes. “No le creímos, pero tampoco pensábamos que perdiera por goleada y estuviera jugando la prórroga”, admitía ayer un buen amigo, entre sollozos, con el partido acabado. Nadie esperaba un desenlace tan rápido pese a que todos sabían que esta vez, no bastaba con el amago.
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