Hace unas cuantas semanas, en una sala de espera de un hospital, dos señores de cierta edad y panzas redondeadas se batían por el cambio con una de las varias máquinas de café repartidas por toda la planta. Uno de ellos, entre improperios difíciles de reproducir en estas líneas, le soltó una patada de tal calibre al armatoste que a punto estuve de levantarme y devolverle yo los céntimos que le faltaban para que dejase de maltratar a la pobre expendedora mecánica. A su lado, un niño que intuí familiar de los viles agresores, pues los tres compartían la misma cara de becerro, los animaba divertido mientras chupaba un zumo de frutas por una pajita, posiblemente la causa de la refriega: “¡Dale, dale! ¡Esta no se ríe más de nosotros, mimá!”.
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