El cuento de la lechera no terminaba así, lo que alegrará a los soñadores. A Rafael Cabrera Bello no se le derramó la leche, no lloró sobre ella, sino que bailó feliz al final de tres meses en los que, como la protagonista del cuento, cada paso que daba le abría la puerta de un mundo más grande, y ya huele cercano, ahí, a cinco días, el perfume de las azaleas de Augusta y presiente el Magnolia Lane por el que se llega al campo del Masters, que su admirado y amigo José María Olazabal no paseará este año con una de sus chaquetas verdes.
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