Cuando el expresidente Joan Laporta le confirmó como entrenador del Barcelona, allá en 2008, Pep Guardiola se propuso intentar una pequeña innovación futbolística. Por eso, junto a Tito Vilanova y al entonces preparador físico Paco Seirul·lo —ahora responsable del área de metodología y reconocido por todos como el gurú del estilo azulgrana—, se pasaron infinidad de horas delante del ordenador y del televisor revisando partidos de fútbol del último siglo. Y extrajeron la conclusión de que el juego se reducía a tres fases: el ataque, que se realizaba con tres o cuatro jugadores; la defensa, que se ejecutaba con seis o siete [y casi nunca se involucraban los unos con la tarea de los otros]; y el contragolpe. Todo ello aderezado con la versatilidad de los sistemas de juego. “Pero Pep quería algo nuevo, algo distinto”, relatan desde el Barça; “y como los tres amaban la posesión del balón a través del pase, decidieron que se debía partir desde ahí”. Aunque para que eso fuera posible, debían lograr las superioridades en todas las zonas del campo. La idea, entonces, pasaba por defender y atacar con 10 para generar dichas superioridades. Una propuesta, sin embargo, que no atendía al contragolpe. Algo que sí ha hecho Luis Enrique.
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