Si hay una imagen de la Colombia de Pékerman que trasciende fronteras es la de sus jugadores en una esquina del campo, arremolinados, improvisando un baile tras un gol. Un festejo que los aficionados ya veían por el retrovisor, allá a lo lejos. Pero cualquiera que haya estado en Barranquilla sabe que allí, por encima de todo, se baila. Y eso hizo Colombia ante Ecuador. Bailaron los jugadores, el público… en definitiva, un país que al borde del racionamiento no ahorra energía si se trata de animar a lo único que ahuyenta la dichosa polarización. Todos al ritmo James. A unos días del Clásico contra el Barcelona, el 10, cariacontecido en Madrid, devolvió la alegría a Colombia.
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