Vaya por delante que hay que ser muy osado, temerario incluso, para pretender siquiera despedir a los mitos, para los que nunca hay biógrafo a la altura. Más aún cuando se trata de alguien que trasciende a la dimensión de su personaje, por muy extraordinaria que esta sea. Porque Johan Cruyff no fue solo un futbolista de un Olimpo exclusivo y no solo fue un entrenador de época. Fue, es y será mucho más, un visionario, un genio que ignoraba la lógica y hasta un consentido de la gloria, de una gloria que le llegó por el camino más difícil, por vías revolucionarias solo al alcance de unos pocos elegidos. Un testamento ante el que es inevitable que se te ponga “gallina en piel”, como solía decir en su adaptación libre del castellano, que para eso era Johan Cruyff hasta con sus quiebros de palabra.
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