La Liga se ha convertido en un engorroso tránsito para el Madrid, torneo del que se sabe descarrilado, pero en el que debe examinarse aún durante varias jornadas ante una hinchada con la cerilla a punto. Ante el Celta, advirtió el incómodo murmullo de la grada tras un primer tramo anémico, casi ulceroso. Cuando todo apuntaba a otro Madrid aflojado y extraviado, el equipo entró en combustión con un estupendo y meritorio segundo tiempo. Una reacción tan inesperada como estruendosa, con Cristiano a los pies y a la cabeza, con otro póker goleador, su octavo como madridista. Aún hay días, unos cuantos, en los que el luso es un cañón, en los que tira de trabuco como un descosido. Esta vez, a su alrededor hubo nivel, mucho nivel en un segundo periodo de bandera en el que el Madrid apabulló a un Celta demasiado tieso al inicio y desnudo después. Un equipo decepcionante si se le mide con ese conjunto dicharachero y festivo visto hasta la fecha. En Chamartín le atropelló un tranvía cuando menos lo predecía.
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