Aquel verano de 1977 Raimundo Calviño Garrido y Carlos González Verburg volvieron a juntarse en Seixo, Marín, frente al mar de la ría de Pontevedra. Eran ya dos hombres adultos. Se habían conocido de críos cuando Carlos regresó de Barcelona, donde había nacido. Era hijo de Abundio y Pieternella, una mujer holandesa que su padre había conocido en Cataluña. Como su padre, Carlos viró hacia el mar y se empleó en American Line. Fue durante muchos años, en Rotterdam, el mejor embajador de los gallegos que subían a Holanda a buscar un futuro.
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