El Manchester United sobrevive en el alambre de su nadería. Plano como es, sin fútbol ni chispa, en lo que va de campaña ya ha salvado la cara varias veces en los finales de partido. Ni siquiera necesita épica, apenas un golpe de genio o de fortuna. Ya se puede entrenar, demostrar y mercere, que el deporte es indomable e impredecible. El United ganó en Turín un partido imposible de vencer con lo que expuso sobre el campo. Mal haría en darlo por bueno por más que el milagro le deje en muy buena situación para acceder a los octavos de final de la Liga de Campeones en detrimento del Valencia, que ante el televisor pasó de la esperanza al desasosiego en un final inopinado con una remontada complicada de explicar. Todo acabó con Mourinho sacando pecho por el triunfo, con la mano en la oreja para escuchar el silencio de la afición turinesa, que mudó en bronca. A él le vale así, al United no debería.
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