El Alto de Elkano, la punta del tobogán que conduce a Zarautz, tiene la espada corta, le faltan kilómetros para ser el justiciero de ciclistas insolentes o el muelle de quienes piensan que la meta es el camino. Sus 2,4 kilómetros de ascensión no permiten glorificar ciclistas, pero su ubicación, a nada y un poco de la meta de Zarautz, le da la intriga y exige la dedicación de un cocinero para sacar el pil pil en su punto. Y los chefs no fueron menores y se aplicaron a la tarea de mover la cazuela para que la salsa surgiera ni densa ni líquida, con el ansia de agradar y añadir una victoria más a su palmarés. Julian Alaphilippe y Primo Roglic, francés y esloveno, llevan entre fogones el tiempo necesario para figurar en la planta noble del ciclismo Mundial. Dos tipos distintos pero que apuntaban una igualdad en la lucha por el sprint. De un lado, las piernas como columnas de Roglic, el contrarrelojista esloveno; de otra, las pantorrillas como listones del escalador francés. La talla del maillot también era diferente. Y Alaphilippe le dedicó a la etapa y a su triunfo un sprint largo y sostenido al que respondió Roglic con un gramo menos de energía que su oponente. Y ese par de tubulares eligieron al francés como ganador y líder de la carrera en la primera jornada de la vuelta ciclista al País Vasco.
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