Sentado sobre el balón, igual que hacía Johan Cruyff, con Jon Aspiazu, segundo entrenador, de pie a su lado, Leo Messi observaba el partidillo de sus compañeros en el campo Tito Vilanova. El 10 seguía con especial atención los movimientos de Dembélé, recién aterrizado en el Barcelona. Entonces, el rosarino arrancó con un arsenal de preguntas. “¿Cómo puedo hacer para aprovechar más la velocidad de este chico?”, “¿Dónde me tengo que colocar yo si Dembélé se cierra?”, “¿Cuándo él centra es mejor que yo ataque al primer palo o que espere más cerca del punto del penalti?”, fueron algunas de las dudas que el argentino le planteó al ayudante de Valverde. Algunos, en la ciudad deportiva del Barcelona, interpretaron el cuestionario de Messi a Aspiazu como su manera de integrar al extremo francés — “nunca se interesa por los movimientos de los malos”, aseguran en Sant Joan Despí—; otros, en cambio, lo analizan como un nuevo paso en la evolución de Messi. Ni extremo, ni falso nueve ni enganche. Ya no juega al fútbol, lo interpreta.
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