Los grandes entrenadores son expresivos. Sin excepción. Cada uno a su manera logra proyectar la fuerza del mensaje. Con la palabra, con el silencio, con gestos o con caras de piedra. Jupp Heynckes parece inofensivo hasta que enciende los ojillos de animal salvaje. Las pupilas le brillan en la sombra de la cara enrojecida, casi púrpura, en contraste con la melena plateada, hirsuta, indefectiblemente peinada al cepillo. Cuando este lunes en la sala de conferencias del Bernabéu le preguntaron por el dominio del Madrid en la Champions, el colorido técnico del Bayern lanzó una mirada chispeante, como de zorro en el gallinero.
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