Cuando el balón llega a Iniesta el rival descubre que en parte es un futbolista inmaterial, sagrado. En sus pies, si le da por ahí, el balón se vuelve un imposible para cualquier contrario. Ir en su búsqueda constituye una temeridad, porque el centrocampista del Barça te desnuda en silencio. Su fútbol es mudo, como el humo. Nos costará encontrar a alguien que deje plantados a los defensores con el pasmo que lo hace él. Amablemente, Iniesta reinventó el palmo de narices. El espectador observa sus jugadas y al final de cada una piensa “fue un truco”, ante el efecto de apariencia maravillosa e inexplicable que desprenden.
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