Cuando cambié la Fiorentina por el Tenerife, en 1993, España estaba en plena transformación. Se iba un fútbol y venía otro. Cruyff estaba implantando su juego. La cultura del choque, de la furia, de los jugadores grandes en la mitad de la cancha, de defensas que la revoleaban, de nueves como Salinas, se encontraba en recesión. El juego estaba mutando.
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