El pasado 27 de febrero, Rafael Nadal irrumpió en la casa reservada por su equipo en Acapulco con la cara larga y el ánimo por los suelos. Cruzó la puerta hacia las ocho de la tarde, casi una hora antes de lo previsto, porque de forma inesperada tuvo que interrumpir el entrenamiento vespertino debido a un fuerte pinchazo. El dolor, al igual que un mes atrás en Melbourne, apuntaba a la zona donde se insertan la cadera y el muslo. Se había dañado otra vez el psoas ilíaco y el contratiempo dejó al campeón muy tocado en lo anímico.
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