Visualizar la figura melancólica de Gareth Bale en cada escenario europeo que visita el Real Madrid se ha convertido en una imagen recurrente esta temporada. Igual de cabizbajo y abstraído que en el Parque de los Príncipes de París o el Juventus Stadium de Turín se paseó el galés por Allianz Arena de Múnich. Quizás rememorando los días en los que afrontaba citas de tal calibre como un protagonista, quizás preguntándose cómo había pasado de ese rol al de jugador intrascendente para Zidane. O quizás visualizando la noche del 29 de abril de 2014 en el mismo escenario. Aquel día de hace cuatro años su incidencia fue capital para que el Madrid golease al Bayern y se quedase a un paso de levantar por fin su Décima Copa de Europa.
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