La muerte el jueves de un agente de la Ertzaintza en Bilbao en medio de los enfrentamientos entre los ultras del Athletic y del Spartak de Moscú ha elevado al máximo el estado de alarma ante la disputa del próximo Mundial en Rusia (del 14 de junio al 15 de julio). A menos de cuatro meses para la mayor cita del fútbol, la tragedia ha refrescado el sobrecogedor recuerdo de las imágenes de violencia y barbarie que se vivieron en Marsella durante la Eurocopa de 2016. Las multitudinarias y salvajes batallas campales entre hooligans rusos e ingleses en el paseo marítimo marsellés fueron el mayor repunte de la violencia ultra en el fútbol desde el drama del estadio Heysel de Bruselas en 1985. Lo acontecido en Francia marcó un punto de inflexión en la preocupación existente en la FIFA ante la celebración del campeonato del mundo en suelo ruso. Desde entonces, los prolegómenos de los encuentros de las competiciones europeas de clubes han confirmado el renacimiento del fenómeno ultra más violento empujado por la fiereza de los grupos de esa procedencia, algunos de ellos paramilitares expertos en este tipo de enfrentamientos. Sin apenas restricciones para poder desplazarse por el espacio de la Unión Europea, desde lo sucedido en Francia su violencia ha logrado el objetivo que perseguían: la bandera de la supremacía de la barbarie que antes ostentaban los hooligans ingleses. Marsella fue su Waterloo particular.
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