Neymar Júnior nunca traza la línea recta. Vive en zigzag. Juega en zigzag. Basa su arte en el cambio de dirección y para ello se apoya más que otros futbolistas en el quinto metatarsiano, la más fina de las prolongaciones del metatarso y la más expuesta al peso del cuerpo. Un huesito flexible que la evolución de los antropoides no preparó para las palancas del fútbol de élite. Exactamente el huesito que —según el parte médico del Paris Saint-Germain— se fisuró Neymar en una acción fortuita, el domingo pasado, desencadenando el drama médico y la lucha de poderes. De un lado, la Confederación Brasileña de Fútbol, que teme que el ídolo de la seleçao comprometa su participación en el Mundial de Rusia si fuerza su presencia en el partido del martes que viene contra el Madrid en la vuelta de los octavos de final de la Champions; del otro el PSG, el club que le fichó por 222 millones de euros el año pasado para jugar precisamente el partido que el protocolo médico desaconseja jugar.
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