Acostumbrado a ser Maradona, Messi fue Di Stéfano. El 10 gobernó el derbi con una autoridad insultante para suerte del Barça. Al rosarino, goleador por excelencia, autor del tanto 4.000 en el Camp Nou, le dio también por recuperar la pelota, la que le quitaban y la que perdía, fuera suya o de un compañero, convertido en un centrocampista defensivo y en un futbolista total como era La Saeta. Messi recuperó el cuero dos veces y dos goles marcó el campeón y rey de la Copa. El Espanyol se perdió mientras aguardaba su momento, su oportunidad, su jugada y un gol que no llegó ni mereció porque la pelota se la quedó Messi ante un agradecido y renacido Camp Nou.
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