Como si fuera lo más normal del mundo, todos los días Chris Froome informa con detalle de sus actividades, de sus entrenamientos terribles en Sudáfrica, de cómo le gustan los plátanos a su hijo, de lo bien que se lo pasa preparando la temporada ciclista que debería ser la de su quinto Tour y que debería comenzar para él el 14 de febrero en la Vuelta a Andalucía, y de las ganas que tiene de correr el Giro, la carrera que, ignorante de su positivo, le ofreció dos millones de euros por participar.
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