De no haberse dedicado a la raqueta, a Roger Federer le hubiera gustado ser futbolista. Al ganador de 19 grandes –finalista en Australia tras la retirada de Hyeon Chung, con 6-1 y 5-2 adverso– le hubiera gustado enfundarse la elástica del Basilea, el club de su ciudad natal, y haber ganado una Copa del Mundo con Suiza. Su deseo nació con el Mundial de Italia 90 y continuó en la grada del St. Jakob Park, adonde acudía para ver a su equipo de niño. Hace seis años se dio el gusto de pisar el césped de la Bombonera en una visita a Buenos Aires y hoy día disfruta sobre todo con los goles de Leo Messi, porque el campeón etéreo, como toda persona, también tiene sus debilidades.
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