Olía San Mamés a gol como huelen los camposantos a crisantemos. Un olor tenue, pero intenso, desde que el Hertha puso el balón en movimiento y lo manejó a su antojo durante diez minutos como quien acarrea ramos de flores. Se notaba la necesidad de resucitar del equipo alemán (colista del grupo) y no se advertía ningún signo de resurrección en el equipo bilbaíno, (vicecolista, toda una jerarquía, al parecer).
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