Los empleados de la cantera del Real Madrid coincidían hace unos años en una previsión. Todos consideraban a Raúl de Tomás (Madrid, 24 años) como el joven más aventajado. El chico tenía instinto de goleador, un golpeo privilegiado, era potente y técnico y poseía una condición física por encima de lo normal entre los jóvenes de su edad. Rompía registros, saltaba etapas a una velocidad vertiginosa y decían de él que reunía todos los requisitos para llegar al primer equipo. Pero apuntaban a un factor como condicionante para lograrlo: un carácter indomable. A Raúl le acompañaba la fama de ser un talento incontrolable, un diamante en bruto al que solo su cabeza podía privarle de alcanzar la élite.
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