El deporte profesional, como la vida misma, está llena de pozos en los que uno mete el pie y enseguida se encuentra con el agua al cuello, luchando por sobrevivir. El camino hacia la gloria suele ser desigual y traicionero, de ahí que ni los grandes nombres están exentos del peligro, más bien al contrario. Las grandes expectativas, el nivel de autoexigencia, las prisas o simplemente el peso de una camiseta -incluso el importe de un jugoso contrato- son capaces de causar estragos entre los miembros más distinguidos de las élites, esos que solo contemplan la derrota como una dolorosa antesala de la retirada.
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