Tras el frenesí desatado por el fichaje de Iñigo Martinez por el Athletic y los escalofríos del mes negro, cuatro derrotas consecutivas, con especial borrón en Villarreal, que tenía a Eusebio suspendido de un hilo de seda, la Real necesitaba un redentor. Y el Deportivo levantó la mano y se ofreció voluntario. Levantó la mano y el pie al mismo tiempo que bajaba la cabeza, en asunción de humildad en espera de un castigo que se produjo de forma progresiva como una gota malaya más paciente que el temporal que convertía Donostia en un humedal urbano.
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