Aunque en abril cumplirá 36 años, Jorge Molina (Alcoy, Alicante) se define a sí mismo como un veterano joven. Una especie de viejoven del fútbol. Se ríe del término, pero en su discurso se nota el poso que dejan 13 temporadas como profesional, repartidas entre Tercera, Segunda B, Segunda y Primera. “Es complicado encontrar a algún otro jugador con este recorrido, no creo que haya muchos casos. Y sin desmerecer a nadie, haber tenido que ir cubriendo etapas de esta forma me hace comprender y valorar lo complicado que es llegar hasta aquí”, reconoce tras concluir un entrenamiento a dos grados de temperatura. “Tengo mucha facilidad para resfriarme”, advierte mientras se frota el pecho y los brazos insistentemente. Cuesta advertir tal debilidad en un cuerpo de 189 centímetros, bien definido, con una espalda propia de un jugador de balonmano.
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