Era 2010 y los rectores de la WTA se frotaban las manos. El tenis femenino enaltecía a su nueva reina, una chica danesa, entonces 20 añitos y en el fondo un activo de lo más oportuno. Juventud, frescura, belleza; Miss Sunshine, le llamaban por su resplandeciente sonrisa. Un combo perfecto para el circuito. En medio del baile de las gigantas (Serena, Sharapova, Clijsters…), un rostro nuevo se hacía con el número uno, honor que defendió durante 66 semanas. Era Caroline Wozniacki, Sweet Caroline, la campeona que, por eso de las lesiones y una ruptura sentimental con el golfista Rory McIlroy a las puertas del altar, de repente desapareció del mapa. Hasta ayer.
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