“Hubo cosas a mi alrededor que no eran las más adecuadas y había perdido la inspiración”. A comienzos de año, Grigor Dimitrov (Haskovo, Bulgaria; 26 años) hacía una confesión a sangre fría en Melbourne. El búlgaro reconocía entonces que había perdido la pasión y le embargaba la duda. Señalado en sus inicios como un elegido, fue perdiéndose progresivamente en un limbo. Su ascenso en el circuito fue interpretado como la irrupción de un nuevo fenómeno estiloso, de un tenista refinado que estéticamente guardaba parecidos con la derecha y el revés de Roger Federer. Todo relucía, pero poco a poco la decepción fue apoderándose de su carrera y su brillo fue consumiéndose.
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