Hubo goleada del Eibar, pero no hubo tormenta. Fue una lluvia persistente, centro aquí de Inui que empuja a su red Amat, centro allá que cabecea Escalante, más olvidado por la defensa rival que un sereno en Nochebuena, un penalti por acullá que pareció fuera del área y con Mandi expulsado, un balón entrepiernas de Enrich que acaba en gol de Charles, un centro de Capa que cuela Enrich. Todo tan fácil, todo tan difícil. Y todo así. Todo fácil, porque las goleadas cuando se producen siempre parecen fáciles, los goles caen maduros ante un Betis escuálido, aseada su piel futbolística, pero con colonia barata en vez de perfume. Todo difícil, porque presuntamente, el Betis tenía todo lo que al Eibar le falta. Pero no lo trajo a Ipurua, lo dejó en Sevilla a recaudo del frío y la humedad del norte. Se quedó desnudo en mal momento y el Eibar le aplicó hielo y fuego al cincuenta por ciento.
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