Una hora antes de que apareciera el autobús del Atlético de Madrid, la hinchada rojiblanca se agolpaba a ambos lados de la rampa por la que ahora el equipo penetra en el interior de su nuevo coliseo. El lado izquierdo es una terraza elevada que permite a los aficionados observar con una vista en picado la entrada de los muchachos de Simeone, jaleados como si se tratara de gladiadores. Son tiempos en los que se ha agudizado la sensación de que los futbolistas rojiblancos acuden a los estadios a dirimir una batalla más física que técnica. La gente abandona los abundantes puestos de comida rápida que humean una mezcla de aromas a hamburguesas, kebabs y fritanga castiza. La metralla de decibelios se dispara desde que el flamante rojo chillón del autobús aparece por el ramal que conecta con Arcentales hasta que es engullido por la robusta estructura del Metropolitano.
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