No es Maria Sharapova una mujer demasiado generosa en el gesto. Siempre gélida, casi hasta el extremo, economiza las muestras de euforia y rara vez regala afectos de forma espontánea cuando está inmersa en una competición. Sin embargo, esta vez las emociones le arrebataron la inexpresividad y endulzaron su regreso a la pista de Nueva York, el primer Grand Slam que disputa la rusa desde hace 20 meses. Esta vez, Masha volvió, ganó y lloró. Pero no solo ganó. Despachó a la rumana Simona Halep y, por lo tanto, a una de las potenciales aspirantes al número uno que se dilucidará en el cuarto major de la temporada.
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