Los ciclistas del Giro ni están vivos ni están muertos. Nadie podría afirmar una cosa ni su contrario, aunque fuerzas les quedan las justas y se arrastran en la subida de Piancavallo, cada uno como puede. No hacen falta ataques ni aceleraciones para que cada uno ceda. Es una carrera más que de resistencia, de supervivencia. Cada vez más juntos, los rivales se miran y se temen. Y ya no esperan expectantes la montaña del día siguiente, sino que sueñan con el final, con que esta tortura acabe, por fin.
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