Algunas personas aman tanto su trabajo, a sus compañeros y pasar tiempo en la oficina que cuando llega el día de la jubilación hacen como si no fuera con ellos. Son gente de gustos sencillos, ninguna extravagancia, capaces de convertir la rutina en una obra de arte. En parte por eso, Francesco Totti, 41 años, diez tornillos en el tobillo y una placa de acero en la pierna, leyenda de la Roma y última expresión de un fútbol que se extingue a partir de hoy, ha consentido durante tanto no jugar ni un minuto y consumir su genio en el banquillo de la Roma. Ha sido triste para los aficionados e incómodo para los entrenadores, que como dijo y pudo comprobar ayer Luciano Spalletti, solo aspiraban a gestionar al atleta porque sabían que, tarde o temprano, se los zamparía el mito. Y a él le apetecía tan poco marcharse, que ni siquiera sabe va a hacer hoy por la tarde.
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