El partido había empezado hacía unos minutos, la gente todavía se acomodaba en los asientos de El Molinón y los equipos se tanteaban en el campo cuando Thiago enganchó un balón al borde del área. Pocas veces un toque tan sedoso disparó una bala de cañón más pesada. El portero de Israel apenas pudo desviar el tiro al larguero. El autor lo lamentó. No como quien lamenta haber fallado una ocasión de marcar sino como quien lamenta no haber podido firmar una obra de arte: “Después del partido me dije: ‘¡Qué pena!”.
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