Es raro, pero uno de los momentos más fascinantes de un Madrid-Barça coincide siempre con el final del partido, que puede ser una hora, un día o una semana después. En cierto sentido, el fútbol representa un acontecimiento inexplicable que, al acabar, empieza. Cuando el resultado posee la contundencia de un 0-4 en el Bernabéu, los efectos del golpe no se muestran necesariamente en el acto, al estilo de esas mañanas que uno se levanta tan pancho y de repente nota la presencia de una resaca que pilló hace siete meses, y que sigue sin dar señales de haber desaparecido. El trauma necesita descansar, y cuando el equipo se levanta, y vuelve a sonreír, aquel decide atacar, con enorme efecto sorpresa.
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