En la Toscana, en esos parajes idílicos del noroeste de Italia, llenos de viñedos, colinas y pequeños archipiélagos, casi de postal, se crió la familia Sarri. En Figline Valdarno, una ciudad de algo más de 47.000 habitantes al sur de Florencia, Amerigo, el padre, dio pedaladas hasta convertirse en ciclista profesional. Maurizio, su hijo, tenía más interés en el fútbol, aunque no pasó de ser un aficionado más. Sin ningún tipo de porvenir dando patadas al balón, lo cambió por los números; y no le fue nada mal —se licenció en Economía y Comercio y, posteriormente, en Estadística—.
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