La figura de Carlos Sainz se asocia de forma automática a la suerte, aunque la percepción que tiene de ella el piloto madrileño es completamente contraria a la del resto de los mortales. “Ya me gustaría que mi hijo tuviera la mitad de mala suerte que he tenido yo en la vida”, proclama siempre que se le pregunta el bicampeón del mundo de rallies (1990 y 1992), que sigue siendo el único español en haberse coronado. En términos absolutos ese razonamiento es indiscutible, aunque eso no quita que en su estreno en la F-1, Carletes (Madrid, 21 años), el hijo del Matador, piense que la fortuna le ha dado la espalda: el chaval terminó ayer su primera temporada en el Mundial en la 15ª posición de la tabla, pero con menos de la mitad de puntos (18) que Max Verstappen (12º con 49 puntos), su compañero en Toro Rosso. “La explicación es sencilla: Carlos ha tenido muy mala suerte con el coche, que le ha impedido terminar siete grandes premios”, le disculpa Franz Tost, el director de la estructura de Faenza (Italia). Cuando no ha sido un fallo en algún componente de su bólido ha sido un error de su tropa en los cambios de gomas, como volvió a ocurrir ayer (perdió tres segundos y dos puestos en la primera entrada).
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