samedi 5 mai 2018

En Israel, como en Italia, el Giro es un sprint y Viviani, su ganador

El Mediterráneo es uno y Roma, su capital. El Giro es, sin más, la señal de su poder, de un imperio cultural que, más de 20 siglos después de la conquista militar, aún rige. Corren los ciclistas de norte a sur junto al mar por la autopista ancha y rectísima, e igualmente planísima, y es Italia entera concentrada en una burbuja llamada pelotón la que se mueve a más de 40 por hora, compacta. Como si la región del monte Carmelo del terrible profeta Elías o los jardines de los Bahai que recorren, la antigua colonia Judea de sus legiones, y la Megiddo donde tendrá lugar el Armagedón anunciado en el Apocalipsis, siguiera formando parte de su geografía como cuando Herodes era rey y Cesarea Palestina su puerto. Tan italiana como las costas aburridas del Adriático, con tanta arena, con tanto calor de agosto en mayo. Tan italiana como la esperada, y por todos anticipada, victoria de Elia Viviani, veronés, al sprint en la Tel Aviv de la Bauhaus, tan racionalista; tanto como la maglia rosa que gentilmente, sin pelear por defenderla, cedió Tom Dumoulin a su segundo en la contrarreloj inicial, el australiano Rohan Dennis.

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