Hay Giro, grita Dumoulin que mira hacia atrás y ve a Yates de rosa pedalear sin avanzar, resoplar, desenfocarse en la distancia, pálido como su maglia. Como si el gigante holandés se viera a sí mismo hace unos días camino de Sappada o trepando a Osimo. Como en todas las etapas duras del Giro hasta los últimos kilómetros de ascensión a Pratonevoso soleado, al final de la etapa teóricamente más inane de las tres de Alpes que deben decidir el ganador. Aquella en la que sus papeles se invirtieron. En la que en unos pocos metros de nulidad, Yates perdió 28s, la mitad de la ventaja de que disfrutaba sobre Dumoulin, el segundo clasificado.
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